sábado, 31 de marzo de 2012

Diario de Azul.

Hola, me llamo Azul, me gusta masturbarme a eso de las 3 ó 4 de la mañana. Mi número favorito es el 17, la hora favorita del negro es la de las 4:30. No sé por qué pero a ambos nos gusta, y yo sé que el negro tampoco lo sabe.

Al negro y a mí nos gusta hablar de madrugada mientras todos duermen. Hablamos de nimiedades, a veces también hablamos de la gente.

Me gusta la risa del negro, el negro suele reírse de la misma manera desde que tiene 8 años. Me gusta el mentón del negro, es mi parte favorita de él. También me gusta dedicarle canciones sin sentido y consentirlo cuando está triste.


Solíamos grabar videos cuando éramos chicos.

Veíamos un montón de veces la misma película.

Soñábamos con los piratas.

Cantábamos canciones y jugábamos a disfrazarnos.

Bailábamos e inventábamos coreografías.

El negro y yo inventamos un lenguaje que con el tiempo nuestros amigos han aprendido a identificar e incluso algunas veces a emplear también.

El negro y yo salimos a pasear y hace tiempo que nos gusta leer y escribir.

domingo, 25 de marzo de 2012

25

Voy a emprender una tarea con mis sentidos. Podría lamerme los dedos después de masturbarme y no pensar en nadie, salvo en mí. Entrar a la ducha sería agradable, cantar y disfrutar de la resonancia de la caja de baldosines húmedos. Para la vista dejaré atardeceres, animales exóticos y hombres quiméricos.

Las palabras y los sonidos estarán cargados de la ligereza de la seducción, de la coquetería, de las mentiras que se dicen en voz alta antes del coito.

Tengo el cuerpo cansado y tranquilo, usualmente no se da esa combinación dentro del mismo.

Las letras no fluyen tan fácilmente como quisiera. Y creo que es hora de cerrar los ojos, recostada en la cama, con el cuerpo medio desnudo.

Las sábanas van a darme las caricias justas para esta noche, otras manos no serían suficientes.

El ruido de la leve lluvia afuera será la canción indicada.

Todo de manera tal que mañana en la mañana silbe en la calle y la humanidad entera me desprecie por mi soberana ligereza, mi andar despreocupado y mi felicidad tan llenísima de lo más sutil, sencillo, simple.

Que me desprecien por no ser antipático, reacio o trascendental.

Y que se sientan míseros, que cuando quieran escupirme en la cara se detengan y digan: Voy a emprender una tarea con mis sentidos.