Recibí una llamada con un
mensaje terrible, un mensaje contundente. Salí de casa porque aunque intenté
ahogar las voces en mi cabeza que trataban de armar todo un rompecabezas no fue
posible. Me fumé dos cigarrillos, me tomé una cerveza y sentía el cuerpo frío;
era el recuerdo de la llamada que destrozó todo. Cinco minutos antes yo era
feliz, tenía en mi cabeza el balance necesario para moverme dentro de lo oscuro
de los días, de los múltiples fracasos, de las frustraciones matutinas y del
llanto nocturno. Pero el descuido de un tercero arruinó mi corazón, hizo que lo
único en lo que creía se quebrara. El mundo se vuelve difícil cuando se vive
entre pensamientos ontológicos. Quise volver a casa y sucedió algo extraño. Un
perro. Un perro enorme salió de la nada y me siguió paso a paso, un suspiro
tras otro. Si me detenía un momento él se detenía conmigo. Le dije que se
fuera, que volviera al lugar de donde vino. Le pregunté si estaba solo, si se
había perdido. Fuimos el hogar del otro por un instante. Al llegar a casa quiso
entrar conmigo, y tuve que decirle adiós. Pero él duró fuera durante mucho
rato, caminando de un lado para otro y deteniéndose. Entré a casa para llorar
bajo el agua caliente. Lloré mi tristeza, lloré el haber dejado a ese perro
enorme solo en el frío de la noche.
miércoles, 13 de agosto de 2014
jueves, 15 de mayo de 2014
23:52
Tengo ganas del frío de Bariloche. De ese sol de diez de la noche, cosa más rara e inquietante.
¡Vete! No me hables, ni me mires, ni me tengas la estúpida compasión que a ratos parece que me tienes.
Ya no quiero quererte. Querer hace daño, hace mucho daño.
Ya no quiero querer a nadie.
No quiero silencios, ni intereses propios de cada quien.
Te odio, amarte me hace odiarte por como eres, por ser igual de egoísta que los demás, a pesar de que siempre me esfuerce por mostrarte hasta el último rincón de mi alma.
Mis días son turbios; tu silencio y tus pocas ganas los completan... así termino de sucumbir, de acaecer.
Te digo que siento que me usan, que me esconden una gran verdad, que a ratos siento esa soledad del alma que me grita que no le importo a nadie. Tú me abrazas y callas también, y yo siento que en tu abrazo y tu silencio están todas las mentiras de toda la gente.
¡Vete! No me hables, ni me mires, ni me tengas la estúpida compasión que a ratos parece que me tienes.
Ya no quiero quererte. Querer hace daño, hace mucho daño.
Ya no quiero querer a nadie.
No quiero silencios, ni intereses propios de cada quien.
Te odio, amarte me hace odiarte por como eres, por ser igual de egoísta que los demás, a pesar de que siempre me esfuerce por mostrarte hasta el último rincón de mi alma.
Mis días son turbios; tu silencio y tus pocas ganas los completan... así termino de sucumbir, de acaecer.
Te digo que siento que me usan, que me esconden una gran verdad, que a ratos siento esa soledad del alma que me grita que no le importo a nadie. Tú me abrazas y callas también, y yo siento que en tu abrazo y tu silencio están todas las mentiras de toda la gente.
miércoles, 19 de febrero de 2014
En el cubículo número cinco.
En este momento nosotros dos estamos en el cubículo número cinco. Mi amour föu duerme en la camilla. En su mano derecha una aguja permite que el sedante entre en su cuerpo. Ahora todo está calmo.
En el cubículo del frente, justo el que queda frente a nosotros, hay una pareja de ancianos. El hombre está sentado en la silla cuidando de la mujer; justo como hago yo ahora con mi amour föu. Hace poco se quedó mirándome perplejo, yo lo miré a él también. Sentí una nostalgia extraña, sentí que lo conocía, que era así como deberíamos vernos nosotros si volviera a suceder en un futuro. Su mujer es pequeñita, lleva medias de lana color púrpura y también duerme; justo como lo hace mi amour föu.
Me parece que ese hombre y yo somos el mismo ser justo ahora; luego de la espera impaciente, luego de las palabras que no sabemos cómo decir y con una larga noche por delante en nuestros diminutos cubículos.
En el cubículo número cinco mi amour föu abre y cierra los ojos como si quisiera reconocerme; pero el sedante ahora es más fuerte que su deseo, que su propia mente. En el cubículo del frente los dos ancianos ahora duermen.
En el cubículo del frente estamos nosotros; sí, somos nosotros años después. Puedo reconocerme, puedo reconocer el amor que invita a esperar sin saber exactamente qué. Esperar a que su amour föu despierte nuevamente para llenarle los ojos de besos y de babas; y él, aturdido aún, necesite de un poco más de tiempo para reconstruir esta noche larga de sueños locos y de unas ganas lascivas de un cigarrillo y un café.
En el cubículo del frente, justo el que queda frente a nosotros, hay una pareja de ancianos. El hombre está sentado en la silla cuidando de la mujer; justo como hago yo ahora con mi amour föu. Hace poco se quedó mirándome perplejo, yo lo miré a él también. Sentí una nostalgia extraña, sentí que lo conocía, que era así como deberíamos vernos nosotros si volviera a suceder en un futuro. Su mujer es pequeñita, lleva medias de lana color púrpura y también duerme; justo como lo hace mi amour föu.
Me parece que ese hombre y yo somos el mismo ser justo ahora; luego de la espera impaciente, luego de las palabras que no sabemos cómo decir y con una larga noche por delante en nuestros diminutos cubículos.
En el cubículo número cinco mi amour föu abre y cierra los ojos como si quisiera reconocerme; pero el sedante ahora es más fuerte que su deseo, que su propia mente. En el cubículo del frente los dos ancianos ahora duermen.
En el cubículo del frente estamos nosotros; sí, somos nosotros años después. Puedo reconocerme, puedo reconocer el amor que invita a esperar sin saber exactamente qué. Esperar a que su amour föu despierte nuevamente para llenarle los ojos de besos y de babas; y él, aturdido aún, necesite de un poco más de tiempo para reconstruir esta noche larga de sueños locos y de unas ganas lascivas de un cigarrillo y un café.
Martes 18 de Febreo, 01:55 a.m.
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