Despierto con el sabor a ginebra en la boca aún.
Anoche no sucedió nada inusual, volví a conocer a mi amor y nuevamente me pidió matrimonio. Me indicó que se había enamorado de mí. Volvimos a vivir el primer beso y lo hice padecer, como de costumbre, como cuando se inicia una historia, con ese temor y ese ardor en la sangre.
Mi habitación hecha un quilombo, una favela, tal como mi mente.
Quiero leer, me muero por leer y pintar y estar horas solo, pero me asusta a la vez.
Fumo un cigarro y bebo café.
No me conozco, me miro en el espejo y ya no sé quién soy, no me gusta mi aspecto, ni mi olor, ni el sabor de mi propia piel.
Voy a trabajar en ello, voy a reconstruirme, ahora que tengo tiempo.
No quiero el calor de una mujer, no quiero el calor de un hombre, sólo quiero leer.