lunes, 27 de febrero de 2012

Mientras llueven gotitas saladas.

Lamento hartarte con lo mismo, muñeco. Pero es que tengo tantas ganas de conocerte nuevamente. Tengo ganas de andar por las calles y jugar a gritar tu nombre para ver si te asomas por una de tantas ventanas que tiene la noche y la ciudad.

Voy a mostrarte la luna apenas perceptible cuando vuelva a conocerte, y no diré nada incoherente.

Voy a cargar con el primer escrito, o quizás el penúltimo, y no olvidaré tomar tu mano justo antes de dormir.

Voy a instruirme en tornados y desastres catastróficos, para saber contribuir al momento que antecede al buenas-noches.

Voy a fingir que no sé nada sobre Marcy Playground y que aquella es justo la primera noche que sé de ti.

Lamento tantas florecitas azules, muñeco. Pero es que siento la necesidad de sentir tu olor en el novilunio o al atardecer. Tengo ganas de ver tu rostro al despertar, o de agarrarte el cabello por atrás y que te molestes si lo hago cerquita de la frente.

Voy a olvidar todo lo que sé de ti para poder descubrirte, y a ver si esta vez sí logro desnudarte.

Voy a soñarte y a extrañarte, aún sin conocerte; a sentirte lúbrico y atractivo, aún sin haberte visto.

Será un jueves, y no estarás en casa para recibir mis globitos y mis barquitos de papel.





domingo, 19 de febrero de 2012

Este no es un escrito de amor.


Mi casa estuvo sola una semana. Usé los días para pintar el cuarto, ordenar la casa y pensar un poco. Al final de la semana quería cervezas y cigarrillos ... así que lo llamé.
Al vernos hablamos un poco de la vida y de las cosas, de la gente, de la música, de los libros, de los besos que nunca dimos o la gente de la cual decidimos no enamorarnos.
Cruzamos las miradas y las palabras, el alcohol y un brindis por cada shot de aguardiente.
Brindamos por el nuevo año, por la expectativa estúpida de querer encontrar a alguien, por la pereza del compromiso, por esa saliva que nunca fue cuando viajamos, por la música que escuchábamos cuando niños.

Él me contó de su fiasco, yo le conté del mío.
Y se sintió bien reconocer que a ambos nos hacía falta darle vida a nuestro lado animal. Sentir otra lengua, otros sudores y otros sabores y otras emociones.
Acabamos la caja de aguardiente y fuimos a beber cerveza para seguir entendiéndonos. Hacía gente, hacía música, hacía nuestros silencios.

Es curioso y hasta risible, ahora que lo pienso.
Él me hizo aquella mirada, la mirada que intenta decir: '¡Anda, bésame! Y si no es eso, ahora tienes permiso de decir lo que siempre has querido decir.'

Ya no importaban los agentes externos, la gente a la que, por error, besamos unas noches antes. Nos encontrábamos allí danzando entre alcohol y pronto estaba yo tomando su rostro suavemente para rozar sus labios con los míos.

Aquella noche todo se fue al carajo.

Una vez más dormimos juntos, juegos salvajes.
Al día siguiente fuimos a desayunar y a sentir el sol en la piel.