domingo, 12 de abril de 2015

Cerveza rubia y pepperoni.



La historia termina: una cerveza roja y otra regular. Ni siquiera un whisky merece este amor tan triste.
Cada uno hace lo suyo, cree que la cebada aliviará un poco el escozor.
Él empieza; dice lo que tiene que decir, lo que le tomó más de un año admitir. Ella resume todo con una resolución.
Se despiden. Ella no quiere más lágrimas para él, así que huye tan pronto como puede.
Llega a una habitación diminuta donde hay un hombre que es más bien una imitación de sí mismo. Ella se funde en lo absorto de su tiempo, no piensa, no siente, ya no llora, ya no se lamenta. El hombre lentamente la desviste y ella no se resiste.
Ella no está allí. Ella anda lejos, quizás perdida para siempre.
Siente algo viscoso y húmedo en su clítoris; una lengua, un beso mediocre. Se disuelve.
Agarra esa cabeza sin rostro con ambas manos y siente que jamás volverá a ser lo que fue.
Luego de un rato se agota, retira la cabeza, no da explicaciones y se viste.
Agradece y desaparece.
Afuera llueve… y ni siquiera después de aquello esta historia merece un whisky.