domingo, 28 de agosto de 2011

Antídoto


Mundo: 
¿Escribimos juntas?
Tenemos un blog juntas pero dejamos de escribir juntas.
Hagámoslo
¿Quieres?
Viento:
Sí, quiero.
Aunque ya se fue la maldad de mi alma, queda un poquito de rencor.
¿No importa?
Mundo:
Entrada la noche no importa. Yo empiezo a recordar, a querer ver o sentir. Ya me he hartado de imaginar. Me he hartado de hacer y anhelar lo que nunca sucede. De manera que no importa.
Tú tienes el rencor, a mí me queda muy poco.
Viento:
Te queda tan poco que ya no sabes en qué gastarlo.
Es cierto, ya no vale la pena. Mis dedos se arrugan cada vez que pienso en lo banal que resulta imaginar algo nuevo.
Mundo:
A mí se me agotan las ideas, la indolencia me hace posponer el deseo.
Algunas noches tengo muchas ganas de escribir al Amor, pero sé que de nada sirve, y las letras se riegan por mi habitación y mojan mis sábanas porque nunca van a ser leídas.
Viento:
Yo también siento esas ganas. Y se desvanecen al darme cuenta de que no hay nada-nadie a quién hacerlas.
Quizás tu podrías hacerlas para el gato. Pero estarías encubriendo algo ficticio, algo que quisieras sentir por alguien.
Yo en cambio, no tendría gatos, ni alguien, ni nada-nadie.
Mundo:
Decidí enamorarme de mi gato porque me harté del amor-humano.
Y es difícil, pero es rico a la vez, disfruto el amor-gatuno de noche.
Mientras que el amor-humano me consume en la hora triste, la madrugada difícil.
 Viento:
Cómo odio esa hora.
Mundo:
Si no tuviera a mi gato seguramente no tendría dignidad, habría llegado hasta el límite de mi ser intentando dejar de sentirme miserable sin lograrlo.
 Viento:
 Bendito sea el gato. Menos mal, está el consuelo de llamarnos y volvernos a sentir miserables, entre risas y bromas, sabiendo en el fondo el ser perdedor y fracasado que sacamos a relucir a diario. Haciendo propósitos que se hacen difíciles de cumplir.
Mundo:
¿Sabes algo? Dejé de odiar la hora triste cuando descubrimos el antídoto.
Cuando descubrí que sólo a tí quería llamar esta noche y todas las noches.
Gracias amigo-no-gatuno por darme un poquito de tu amor y hacerme reír en las horas más tristes.
Viento:
Sabes bien que eres mi amigo-no-gatuno que logra hacer de mis noches, días, tardes, mañanas, algo inesperado lleno de alegrías. ¿Podría tener la certeza de que ese será el antídoto siempre?
Mundo:
No lo sé, no voy a mentirte. No quiero mentirte porque tú eres lo más cercano al amor que mi alma conoce.
Viento:
No se hable más del tema.
¿Y ahora qué sigue? ¿Qué está pasando mañana?
Mundo:
Mañana está pasando que soñé con un extraño al que siempre voy a querer hablarle... y aún no sé qué decirle!
Viento:
Mañana está pasando que recordamos lo que hicimos ayer, que fue hoy. Como si hubiera sido hace un tiempo.
Mundo:
Como si hubiera sido siempre.




viernes, 26 de agosto de 2011

Pre-


Así es como yo logro saber de ti:

Tú escribes desde tu cielo; yo te hablo mirando hacia lo lejos, hacia un sitio imperceptible.
Tú respiras sobre un cuerpo; yo siento cómo juntos llevamos un único ritmo, un único aire.

De madrugada te hablo y te dibujo. Tus cejas, tus párpados ya trazados, tus labios jodidamente repisados. 
Repaso una y otra vez la imagen que las yemas de mis dedos guardaron de ti.
Puedo sentirte, comienzo y vuelvo a recomenzar sólo para no perder un instante.
Lo intento una vez más para estar seguro de que así era, de que mis dos manos tocaron tu rostro con cabal ansia absorbente.
Nuevamente nace aquél impulso de besarte torpemente en esa boca ingenua y estúpida.
Nuevamente sonrío por tenerte frente a mí con los ojos cerrados.

Sí, tú y yo teníamos que conocernos.





lunes, 22 de agosto de 2011

22

Hoy sucede un cuerpo cansado, sudor en la espalda, manos nerviosas, sueño en autobús, violencia psicofísica. 
Hoy sucede un andrógino cansado de soñar, de doblegarse, de esperar, de sentir como a tientas, como indagando a oscuras.
Hoy, más que siempre, sucede la melancolía de una imagen esperada y reproducida cientos de veces con los ojos cerrados. El momento dulce pero apacible, el momento en que el cuerpo permite coacción por parte de la mente. 
Sentado frente a la pantalla se reconoce ese espejo que muestra la verdad: soy un ser patético y nefasto. Le escribo a los amores que no existen, a las paradojas creadas sólo por mi escaso intelecto amoroso, ridículo o enamorón.
Cómo detesto que mi boca roce otra boca más por obligación que por un deseo catatónico.
Cómo detesto que las palabras arruinen el silencio.
En momentos así, el cuerpo impetra asiduidad a otro cuerpo, a un cuerpo imaginado, a una sombra pronunciada por algún extraño.
¿Dónde estás hoy?
¿Por qué no pudimos desayunar juntos?
Con el sabor de nuestra boca, juntos, aún sin conocernos respondemos a esa pregunta: besamos conocidos porque tememos a la apoteosis, porque el tiempo nos ha seducido con su terrible soledad, porque nos buscamos donde nunca hemos estado y nunca estaremos, porque creemos que aún debemos prepararnos para este encuentro.
No está mal, yo podré soñar tu sombra cada noche.
Tú podrás inventar el sabor de mi saliva mientras acaricias tu propio cuerpo.




viernes, 19 de agosto de 2011

Azul-Nebuloso

Desde hace un tiempo le huyo a las reuniones sociales, a la aglomeración de ideas estúpidas, a las risas ácidas y agudas, al ponqué de cumpleaños, al canto innecesario, al partido de fútbol que nunca he querido ver, a los abrazos, al saludo más infructuoso.
Y lo hago porque desprecio, tal vez sin razón, al ser humano.
Independientemente de su idea y rumbo, de su sabor, de su olor, de su producto por vender.

-Yo venero al ser humano que no existe.
 No podría despreciar algo que no existe, o alguien...

Los detesto porque tratan de inventarse, de crearse, de mostrarse, de venderse, de prostituirse. No me interesa, no tengo ganas, no estoy de ánimos para soportar aquella orgía nauseabunda y todas sus peripecias.
Desearía mucho estar en otra parte. Siempre que estoy aquí, entre esta caterva de asesinos, imagino un parque silencioso en donde el viento me acaricie y me bese. En donde algún amor aún secreto me susurre al oído y yo pueda sonreír angustiada. En donde pueda condenarme por brindar caricias. No aquí, donde me condeno y me vomito en mí misma por tener que sonreír, cantar y socializar.

-A veces pienso que es uno mismo el que se condena a este muladar.
 
Tal vez, probablemente algún día cabrón decidí condenarme a la misantropía. Algún día en que descubrí que los humanos deberíamos comportarnos como los animales que somos, así sería bello. Pero los humanos jugamos a ser la imagen que no se es, la imagen que con tanto empeño hemos diseñado basados en el tiempo y estrategia.

Por eso quienes saben de mí dicen que soy un gato.
 Los gatos odian a todo el mundo de súbito.
 Cuando les da la gana.
 Otros días aman y desean al mundo y piden a gritos caricias y saliva en el cuerpo.






 

jueves, 18 de agosto de 2011

Ya no te quiero

Decidí llamarlo así puesto que fue eso mismo lo que descubrí hace unas semanas cuando caminaba por una calle transitada y te encontré. Tú me hablaste y yo supe que nunca más iba a querer tomar contigo el mismo autobús de camino a casa. Y ahora, tiempo después mientras escribo, me pregunto por qué de súbito dejé de quererte, y ésta es mi respuesta: tal vez nunca lo hice.
Posiblemente decidí cegarme y mentir(te-me) justo en el momento en que mi cuerpo no podía resistir a tanta soledad, a tanta falta de Amor.

Ahora sé que no quiero encontrarte nunca más, que ya no quiero que nuestros cuerpos se acaricien ni nuestras voces se crucen; ahora sé que te escogí a vos porque no quería tener un amigo, quería firmar un contrato.
Discúlpame, nuevamente, si no te doy explicación, pero mi alma es así, sedienta de Amor y no de afirmaciones.

Sucedió justo cuando no supiste continuar con nuestro acuerdo, cuando sugeriste una radicalidad, cuando comenzaste con tus reclamaciones y tu perorata.
Ahora soy yo quien te dice: "Adiós, no quiero verte nunca más"; y seré yo quien sí consiga lograrlo, efectivamente.




martes, 16 de agosto de 2011

16

Llego a casa y aún tengo un poco de tiempo para disfrutar el atardecer.
Caliento agua en el microondas, puesto que no tengo ánimo suficiente para prender la estufa y esperar a que el agua hierva contenta; preparo un té de jazmín.
Salgo al que suponemos es el jardín (suponemos puesto que en mí jardín no existe una sola flor) y me siento a disfrutar un momento en silencio y soledad.
Ahora sé que sólo de ese modo el sabor del cigarrillo es exquisito.

Trato de no pensar en las palabras de aquella persona que, por su rango, se presume superior.
Pero éstas me quiebran el hueso, entran directo a la cabeza y logran que mi pulso se acelere.
Me prometo a mí mismo no perder mi eje, no caer en la humillación a la que horas antes fui públicamente invitado.
Termino con una satisfacción que pronto se convierte en una sensación pueril en el piso pélvico.
Entro de nuevo a casa y me desnudo, riego la ropa en el piso fantaseando con un atardecer pasional junto a otro ser (que por ahora es invisible e intangible).
Busco un espacio entre el cielo y el suelo, me entrego al placer de una ducha caliente en horas de la tarde.

Salgo y, con regocijo, tomo un cuento policíaco que me entretiene hasta entrada la madrugada e incluso hasta justo antes del amanecer.