martes, 21 de agosto de 2012

Desde lo unívoco, a ti, primor.


Otra vez aquí, en el banco de siempre junto al árbol de siempre. Ya no te tengo, primor, y estoy pensando en ti, en los errores que cometí. Me muero de ganas por pedirte perdón, las veces que sea necesarias, las veces que sea posible. Aún no me harto de soñarte, en algunos sueños te tengo, en otros todo es distante. El cielo está azul, primor. Es de noche y hay nubes; la luna está detrás de mí. 

Debí regalarte la luna, debí regalarte todas las flores amarillas que encontrara en el camino, debí decirte lo lindo que estabas justo al despertarte, debí pedirte matrimonio justo cuando quise, debí besarte a escondidas, sí, pero también delante de la gente.
Todos debieron ver cuánto te quise en los festivos cuando andaba sola por las calles y moría de ganas de sentirte, de buscarte, de llamarte, de hacerte figuritas con las yemas de los dedos untadas de pintura transparente, como tu alma y como tu amor, primor.

Ya no te tengo, es cierto, pero te busco en las mañanas al salir de clase, te busco en los pasillos del teatro, te busco en tu antiguo hogar, donde sé que ya no estás y no vas a estar así te espere.
Quisiera sentirte temblar junto a mí nuevamente, pero mi efecto senil me condujo a otra parte.

Discúlpame, primor. No sabes cuánto lamento no poder beber mis lágrimas contigo, ésas que ya no salen de mí, ésas que son libros gastados, palabras repisadas y unívocas, como vos mismo lo dijiste.
Desde lo unívoco, a ti, primor.
No vayas a odiarme para siempre.


Martes en la noche.
Uno, dos, tres cigarros al caer la tarde.

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lunes, 6 de agosto de 2012

Si fuéramos.


Si nosotros fuéramos amantes, seguramente no nos dolería tanto nuestro tacto, tal vez si lo fuéramos nos daríamos paso a lo sagrado mientras sudamos juntos.

Si nosotros fuéramos almas, seguramente sabríamos que nos queremos, o lo haríamos de veras.

Si nosotros fuéramos amigos, nos reiríamos de cada acción pueril o anodina, y nos apoyaríamos o pelearíamos incluso en la tarea más mínima.

Si nosotros fuéramos fieles, podríamos disfrutar estando juntos, podríamos sonreír como si la sonrisa nos hiciera etéreos; pero no somos de nadie, y al mismo tiempo somos de muchos.

Si nosotros fuéramos cómplices, sabríamos al menos un poco del otro, tendríamos un lenguaje sólo para los dos.

Si nosotros fuéramos compañeros, al menos algo nos ataría con un laso invisible por un pequeño espacio de tiempo.

Si nosotros fuéramos seres destinados a conocerse, sería fácil recordarlo a diario.

Si nosotros fuéramos una caricia, podríamos ser un roce ridículo de esos que sólo funcionan si se imprime algo de interés.

Si nosotros fuéramos el silencio, seríamos la abstinencia, seríamos la omisión.

Si nosotros fuéramos apoteosis, seríamos también fracaso.


Si nosotros fuéramos el amor, ése amor en el cual prefiero no creer, seríamos justo lo que somos ahora, seríamos una maldita mentira y tus palabras sólo serían mentiras bien contadas.
Cuando estuviéramos juntos sabríamos que uno de los dos siente miedo y sonreiríamos sólo para hacer que el otro dejara de temer.
Si de repente surgiera el deseo entre nosotros, sería un simple deseo egoísta, ansias de carne y de placer.
Al decirnos el uno al otro que nos queremos, tendríamos miedo de creer.
Un atisbo del tiempo verdadero nos recordaría que nos traicionamos a cada segundo.
Y no seríamos capaces de inventarnos una historia juntos, pues nuestra jerga sería mediocre y banal, estaría tan llena de chistes estúpidos y de comentarios insustanciales.
También seríamos conscientes de que somos como el viento, sabríamos que, si lo quisiéramos, volaríamos cualquier día a cualquier parte.
Y entonces nuestro cuerpo recordaría con una burla estruendosa  todo lo que nos dijimos aquella vez, aquella noche en la que creímos habernos encontrado.
Le mentiríamos al otro aún más y más e incluso a nosotros mismos.
Y pronto desapareceríamos, por razón del tiempo, de la casualidad o del olvido.