Los días
están difíciles, negrito.
Te escribo
porque me cuesta mucho decirlo en voz alta.
La mañana
está gris y lluviosa y mi cuerpo no resiste.
Tal vez
ahora sí valga la pena decir que estoy "sobreviviendo", al menos
psicológicamente.
Föu tuvo una
crisis, está roto, está con sus días vueltos mierda, y el tabaco ya no alcanza,
ya no basta.
Yo sigo
pensando que el mundo me intriga, me asusta, me asfixia.
Correr,
verlo a él, la sangre, parálisis, la clínica, la conversación con papá y
mamá.
Ellos
resolvieron internarlo en una clínica, o así lo llaman: una casa de reposo.
Pavadas,
mentiras dulces que son como todos los puñales del mundo y la imaginación.
Todos
sabemos que esos sitios son para la gente que no piensa como el resto, todos
sabemos que esos sitios son para la gente que tiene otro tipo de ideas en la
cabeza, para la gente cuyas ideas son tan fuertes que los arrastran a una
especie de catástrofe.
Tengo miedo,
negrito.
Ya antes te
lo había dicho, que sentía que ya no podría vivir sin él.
Y que nunca
más querría conocer a otra persona en el mundo.
Tengo que
ser fuerte, él me necesita, pero soy tan frágil.
Ahora que
quiero llorar hasta acabarme no puedo hacerlo, y se me atragantan los gritos y
las pesadillas.
El mundo es
extraño, los días son extraños, las calles son extrañas, incluso los árboles.
"Me
quiero morir", le dije la noche antes del incidente. Y él lloró
calladamente al otro lado del teléfono.
Yo sentía
que esa idea me comía viva, era cierto, en ese preciso instante ya nada
importaba, no iba a matarme, era cierto, pero supe exactamente qué era querer
morirse y desvanecerse.